¿Quiénes son los Cañoneros desplazados por Hidroituango?
Neyla Castillo E. Medellín, 18 de
mayo de 2018
En el año 1837 el resguardo
indígena de San Pedro de Sabanalarga del Cañón del Cauca -creado a comienzos
del siglo XVII- fue disuelto y las tierras repartidas a sus habitantes, los
indígenas Nutabes. A cada persona, sin distinción de género ni de edad, le fue
adjudicado un número variable de cuadras de tierra de manera individual o en
común con otros propietarios. Suceba, Torres, Toro, Sucerquia, Valle, Chancí,
López, Yotagrí, Oquendo, Moreno, Barbarán, Mejía, Tumblé, Suceba, Nohavá,
Hoguín, David, Renegado, Parias, Reyes, Taparcúa, Santamaría, Georje, Taborda,
Tumblé, Mejía, Peñas, Ortíz, Guzmán, Concha, Pozo, Martínez, Graciano, Pená,
Silva, Durango, Uta, Úsuga, Villa, Espinosa, Jaramillo, García, Toldas, Chica y
Congote constituyen los apellidos de alrededor de 950 indígenas que recibieron
los títulos de las tierras del cañón correspondiente a los actuales municipios
de Sabanalarga-Toledo y Buriticá-Ituango, situadas a ambos lados del río Cauca
en las vertientes de las cordilleras Central y Occidental.
En su condición de propietarios
en su territorio ancestral, pocas veces en el pasado hicieron procesos de
sucesión cuando el dueño original fallecía; de esta manera, el acceso a la
tierra se hacía efectivo por la vía del reconocimiento colectivo del derecho de
sucesión de los herederos. Cuando vendían la tierra, la mayoría de las veces no
entregaban escritura o título de propiedad, sino la parte de los derechos que
les correspondía en las tierras heredadas, muchas de las cuales eran tierras en
común con otros propietarios. Aún existen los “comunes”, tierras colectivas a
las que pueden acceder los miembros de las familias herederas para cultivar
maíz, para pastar los animales, recoger leña.
Siguiendo esta lógica, los
cañoneros, de los que hacen parte las familias reconocidas en abril del 2017
por el Ministerio del Interior como integrantes del Cabildo Indígena Nutabe de
Orobajo, han habitado sus tierras ancestrales a orillas del río Cauca. Viven
allí porque son de allí donde también nacieron sus abuelos y sus antepasados,
en una línea de sucesión que se prolonga en la profundidad de los tiempos
precolombinos.
Esos cañoneros, para EPM, para la
gobernación y para los grandes intereses detrás de Hidroituango, son los
enemigos del proyecto que no quieren el desarrollo. Despreciables y
despreciados porque luchan por el reconocimiento de sus derechos. La mejor
manera de borrarlos, de eliminarlos, es desconociéndolos, convirtiéndolos en
unas pocas familias a las cuales ya se “les compensó por sus tierras y sus
casas” pagándoles a 170 pesos el metro cuadrado de tierra. Los demás, los que
perdieron el río del que vivían y sus ranchos situados en las playas –que según
la legislación colombiana son públicas-, son los desplazados de Sabanalarga, de
Peque, Ituango y Toledo organizados en el Movimiento Ríos Vivos que hoy
reclaman ayuda y atención. Los mismos que el gerente de EPM señala ante los
medios de comunicación como personas que estaban ilegalmente en las playas ya
que las Empresas habían comprado todas las tierras.
Los cañoneros del Cauca son una
cultura no reconocida en Antioquia y en Colombia. Así como la comunidad de
Orobajo de Sabanalarga, todos son Nutabes aunque no hayan conformado cabildos
indígenas; conforman un entramado de comunidades de parientes que habitan todo
el cañón y que con pocos esfuerzos aún se pueden identificar por sus apellidos
coloniales. Todos participan de los mismos códigos culturales y de una historia
similar para significar y valorar el medio que habitan, el río, las montañas,
las playas, las quebradas. En el Cañón nada escapa a su conocimiento. Su
cultura ancestral está estructurada en torno al barequeo. Viven –vivían-
fundamentalmente del Cauca del que extraían oro con una batea y un cajón, y del
pescado que les aseguraba la carne de su alimentación. En los bosques ribereños
obtenían frutas, leña, plantas medicinales y alimenticias, y ocasionalmente
animales de monte. Con el oro que obtenían compraban todos los alimentos que no
producían. Un cañonero nunca pasaba hambre; siempre tenían la playa para hacer
su casa y vivir el tiempo que quisiera sin tener que pedirle permiso a nadie,
al lado del río, el “patrón mono” que les daba todo lo que necesitaban a cambio
de su buen uso. Así vivían hasta que llegó el proyecto Hidroituango, sus
dueños, sus agentes, y lograron lo que no hicieron los españoles al conquistar
su territorio: quitarles el río.
El despojo abrupto por la
inundación inesperada, los ha dejado con la mirada perdida ante la
incertidumbre de su futuro; nadie les dice qué va a ser de ellas. Algun@s
lloran en las noches. Don Remigio Moreno, ese anciano venerable y sabio de
Sabanalarga que como pocos sabía “los misterios de las aguas”, de “los viveros”
donde se reproducían los animales del bosque y de los ríos, los “secretos de
las plantas”, el que conocía los espíritus que cuidaban el río, el oro, los
animales y las plantas, decidió dejar volar su mente por parajes y experiencias
de otros tiempos, mucho más gratas que vivir la destrucción del río por
Hidroituango. Sin embargo, los cañoneros de esa región donde se gestó la
Antioquia colonial, siguen siendo los enemigos que no tienen derechos,
oportunistas pescando en río revuelto.
¡AGUAS PARA LA VIDA, NO PARA LA MUERTE!
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